Manos afiladas.
No siento los pies.
Soy un lobo en el metro, esperando llegar a la próxima estación. Siempre con la presa entre los ojos y con la cola descuidada.
Soy un fantasma, de esos que se niegan a aceptar que han muerto y en las noches visitan el último callejón que transitaron. De esos que extrañan y visitan a quien aman solo para darse cuenta que no son bien recibidos; que sus fotografías han sido guardadas en el desván.
Soy la ofrenda de un altar y el camino para pasar la frontera espiritual.
Soy quien daña con amor.
Soy desequilibrio.
No siento los pies.